Desde que, a
finales de los 60, irrumpiese en la escena del diseño y la arquitectura, el estilo
minimalista ha sufrido ideas y venidas. Sin embargo, en los últimos años se ha
convertido en una de las tendencias de moda en muchos hogares. Caracterizado
por su equilibrio, armonía, elegancia y practicidad, este estilo se busca la
tranquilidad y funcionalidad en un diseño basado en la expresión de lo mínimo…
Surgido en
Nueva York con la llegada a EE.UU. del alemán Ludwig Mies Van der Rohe,
director de la Bauhaus en la década de los 60, el minimalismo se centra en los
espacios y la propia arquitectura, convirtiéndolos en elementos decorativos sin
necesidad de otros complementos adicionales. El principio en que se basa este
estilo no es otro que la simplicidad de las formas.
Como señalaba
el propio Van der Rohe, “menos es más”. Por eso, cuantos menos elementos haya
en cada una de las estancias, mejor. Así, a la hora de decorar la casa se debe
buscar la tranquilidad y serenidad mediante líneas puras y rectas, y volúmenes
simples y geométricos.
En este tipo
de viviendas sólo se emplean los muebles imprescindibles. Estos deben ser
estilizados, más anchos que altos, y, sobre todo, funcionales, sin renunciar,
claro está, a la comodidad. De diseño pulcro, con acabados lisos y unas formas
simples y rectas.
Suelen estar
realizados en materiales naturales y elegantes, como la madera, el cristal o el
acero, combinados con el cemento pulido o la piedra como revestimientos de
suelos y/o paredes. La distribución de las piezas del mobiliario suele ser
simétrica y espaciosa, permaneciendo pegados a la pared para conseguir más
luminosidad y amplitud.
Precisamente
eso lo que la decoración minimalista pretende; la creación de espacios amplios,
despejados y luminosos que proporcionen una sensación de serenidad y orden,
donde el propio espacio sea el gran protagonista. Esta relajación se consigue,
en parte, gracias a tonos neutros como los beiges o marrones y otros más puros
como los negros y blancos. De hecho, la combinación de estos dos últimos es una
de las más utilizadas.
Una de las
características principales del minimalismo es el monocromatismo: paredes,
suelos y techos se visten de un solo color, a menudo de tonos oscuros como
negros y marrones u otros más claros como grises y blancos, intentando no
sobrecargar la estancia, pero convirtiéndola en un espacio amplio y sobrio,
relajado. El punto de color, lo aportan los pocos elementos decorativos que
haya.
Y es que los
adornos son escasos: alguna planta, flores y, sobre todo, obras artísticas
abstractas, vanguardistas o contemporáneas, en colores que sigan el resto de la
decoración. Estos complementos deben elegirse con cuidado, ya que, aunque deben
aportar el contraste al monocromatismo, también deben ir a juego con el resto
de la estancia. Es por eso que, elementos como los textiles también invitarán a
la relajación: tejidos como algodón, lino o lana en fondos lisos, evitando los
estampados agresivos.
En definitiva,
el minimalismo es un estilo que reclama la vuelta a lo esencial, reduciendo
todo a lo básico como los colores puros y las formas geométricas simples, para
conseguir efectos estéticos con el menor número de elementos posibles. Una
decoración elegante y simple, con materiales naturales, perfecta para personas
modernas, ordenadas y prácticas.
Fuente: Este post fué publicado en el blog fotocasa en agosto de 2.014
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